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Comprar o cultivar la felicidad?

  • Amyatari
  • 16 de fev. de 2023
  • 5 min de leitura

“Felicidad”, un término que ha sido muy distorsionado y manoseado por nuestra cultura del éxito. Qué representa para ti la felicidad? Qué te llega a la mente cuando piensas en ella?


La primera perspectiva: comprar la felicidad


Solemos asociar la felicidad a lo positivo, a un ilusorio estado de alegría o de triunfo constante en el que las cosas salen como esperamos. La felicidad es vista bajo los lentes del condicionamiento social como el ideal de una vida perfecta; si, esa que vemos proyectada en las redes sociales a través de imágenes que sugieren éxito, jovialidad eterna, cuerpos bellos, familias sonrientes, viajes ilimitados y seguidores que te hacen escalar en la cumbre de la fama. En el fondo, estamos hablando de una supuesta felicidad condicionada por los resultados y circunstancias externas con el único objetivo de ser aceptado y pertenecer al imaginario social.


Pero como dice la premisa de sabiduría, “la verdad siempre sale a la luz”, en algún momento nos veremos confrontados con la realidad de que es imposible controlar las circunstancias externas y que por más que queramos maquillarlo todo, en algún área de la vida existe un punto de quiebre o insatisfacción: “exitoso en el dinero pero fracasado en el amor, excelente en el trabajo pero con problemas de salud, buen madre de familia pero frustrada en su profesión, talentoso pero sin dinero, tiene todo en la vida pero no sabe lo que quiere, etc, etc…


No existe la vida perfecta y por lo tanto la felicidad condicionada externamente es una ilusión, no se puede comprar. Desenmascar esta primera distorsión implica darse cuenta que detrás del deseo de querer alcanzar objetivos hacia afuera, existe un profundo vacío y sentido de carencia existencial del que tarde o temprano necesitamos hacernos cargo, y lo hacemos gracias a esas áreas de quiebre e insatisfacción.





La segunda perspectiva: la felicidad tóxica


Hay quienes ya se cansaron de ver la felicidad en lo material, en la fama o en el mundo externo, entonces se embarcan en un segundo tipo de perspectiva de la felicidad. Aquella que se ha mercantilizado con toda la explosión del crecimiento personal al punto de vendernos la idea de “conquistar la felicidad que mereces” o “convertirte en el creador de tu vida”. En este nivel más sutil, la felicidad se asocia con alcanzar una forma de ser, de comportarnos o de tener una actitud optimista pase lo que pase. Entonces si logramos cumplir con estos requisitos podemos considerarnos o ser vistos como “personas felices”.


Ante estas altas expectativas lo más probable es que te sientas sutilmente culpable de ser un pésimo creador porque sabes que en algún rincón del mundo interno no estás realizándote como lo proyectaste. Si no estás creando la realidad que esperabas con tus pensamientos y afirmaciones, entonces algo errado debe haber en ti. Quieres hacer todo para transformar lo que no te gusta de ti mismo pero continúas experimentando rabia, tristeza, soledad, entonces te sientes fracasado o te consideras una víctima del karma. Y mientras luchas contra tus emociones, la biblioteca de libros y cursos de autoayuda crece más y más. Cada vez se torna más lejana la posibilidad de transformar tu historia de vida en una increíble odisea de superación, digna de ser admirada y de inspirar a otros.


Es cierto que esta segunda perspectiva de la felicidad, a diferencia de la primera, nos permite hacernos cargo de nuestros mundo interno. Sin embargo, la trampa que suele tendernos es el idealismo y positivismo tóxico que reprime lo humano y juzga las emociones. Y aún más paradójico, con el furor de las redes sociales, esta perspectiva ha llevado a mercantilizar la vulnerabilidad, transformándola en instrumento heroico para atraer clientes y venderse a sí mismo.


En las dos primeras visiones de la felicidad existe una distorsión porque ambas están condicionadas, dependen de las circunstancias externas o internas. En ambas existe una lucha y un esfuerzo por convertirnos en alguien diferente. Por lo tanto, hablamos de una “felicidad condicionada”.




La tercera perspectiva: la totalidad del presente


Un concepto que nos acerca más a la esencia de la felicidad y del que me siento más cómoda de hablar es el de PLENITUD.


Plenitud es un estado de completud al aceptar la vida tal como es. Podemos ser plenos en la tristeza y en el dolor, en la alegría y en el amor. Es un estado expansivo de bienestar no condicionado, en el que existe espacio para todo con un cierto aire de desapego que permite dejar ser. Todo llega y todo pasa al aceptar la vida tal como es.


Desde la plenitud podemos vivir la pérdida y el desapego con la misma intensidad con la que abrazamos el gozo y la elevación. Existe una integración en vez de una negación. Es un estado de totalidad sin mediocridad. En la plenitud se caba la lucha, no necesitas ser nadie más porque existe paz, y esta paz surge de la aceptación del momento presente.


Entre más la felicidad dependa de las circunstancias externas y se encuentre condicionada a los objetos, personas o situaciones, más tiene la posibilidad de transformarse en tormento y sufrimiento. La felicidad condicionada parte de la negación del presente al sentir que aquí y ahora algo está faltando y debe cambiarse. En cambio la plenitud, como su nombre lo indica, es plena en si misma, existe aquí y ahora por sí misma y no depende de algo para completarse.


Dos secretos para cultivar la felicidad


La plenitud o felicidad auténtica se cultiva con dos elementos esenciales: el desapego y la generosidad.


Desapego no significa renunciar al mundo o nuestros sueños y objetivos.

Todos queremos abundancia, éxito, salud, seguridad, resultados victoriosos, ser positivos, sentirnos bien con nosotros mismos, experimentar emociones agradables y bienestar. Es natural que como seres humanos queramos suplir las necesidades fundamentales y alcanzar realizaciones en el mundo externo. Todos queremos gozar de los frutos de los dos niveles de felicidad condicionada, y esto es maravilloso porque tenemos la libertad de direccionar nuestra energía hacia ellos. La diferencia de vivir desde la plenitud es que al saber que todo es impermanente, se vive totalmente el momento presente desapegándose del resultado y de la angustia o expectativa de lo que pueda venir. Vivir plenamente es entregar lo mejor de sí en acciones, actitudes, pensamientos, emociones, conexión interna, desapegándose de lo que vendrá.


Lo segundo es saber que la única forma de expandir la felicidad y hacerla crecer, es compartiéndola generosamente e irradiándola de corazón a todos los seres.

La felicidad individual muere por si misma. Tiene la duración de un fósforo encendido que se agota rápidamente si no enciende otra luz.

Cuando hay egoísmo, lo que tiene el potencial de expandirse, se limita y se contrae, porque al actuar el “yo” automáticamente se activan los esquemas de protección, apego y rechazo. Podemos ser felices si tenemos miedo a perder aquello a lo que nos aferramos?

Al activarse el yo nace la comparación con un “otro”, activando los complejos de inferioridad o superioridad. El deterioro de la sociedad y el desequilibrio actual son un claro ejemplo de querer defender un bienestar individual y egoísta a expensas de otros. Podemos realmente ser felices si otros sufren alrededor?


Así que si la vida te bendice con felicidad, compártela con generosidad. Permite que esa luz se multiplique y fluya en abundancia. No dejes que se opaque al querer retenerla.

Evoca el desapego y la generosidad con una simple intención consciente: “que otros seres puedan sentir la alegría de mi corazón”, “que aquellos que sienten vacío y dolor se llenen con este sentimiento de plenitud”, “que la abundancia que recibo se expanda hacia todos los seres, especialmente hacia aquellos que más lo necesitan”.

De esta forma podemos vivir con intención momento a momento, cultivando la felicidad para todos los seres.


Que mi felicidad sea tu felicidad. Que mi plenitud sea tu plenitud!

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